El uso del 3D en el campo de la arqueología y patrimonio es cada vez más patente debido a su innegable capacidad explicativa y de difusión que posee.
Todos estamos acostumbrados al poder grafico de las imágenes debido a otras profesiones como las infografías arquitectónicas, diseños publicitarios, o como no, el mundo de los videojuegos, pero a pesar de la irrupción que ha tenido en nuestra profesión, el camino es largo y aún estamos en proceso de formación.
Poco a poco dimos el salto técnico en materia de modelos tridimensionales con el uso de escáner laser o fotogrametría para dar de nuevo otro salto a programas propiamente de 3D (Blender, Maya, Cinema 4D…), donde nosotros mismos aprendíamos a modelar nuestros propios modelos sin necesidad del objeto físico; nuestra capacidad entonces de expresión y representación dio un salto cualitativo –podemos hablar de reconstrucciones y recreaciones– y cuantitativo, donde el número de estas representaciones comenzó a subir como la espuma.
Actualmente son muchas las representaciones que vemos en las RRSS, publicaciones, congresos, incluso en revistas como la tirada especial que sacó recientemente National Geographic sobre recreaciones de ciudades históricas. Pero en muchas de ellas, se pueden encontrar fallos no tanto por el contenido (modelado) sino por el uso y aplicación de materiales y texturas.
Texturizar o “dar color” a nuestro modelo, no es poner una textura y coser y cantar; es necesario conocer bien las propiedades de nuestros materiales puesto que no es lo mismo intentar recrear madera, que un mármol o cristal; los grados de reflexión y refracción de la luz hacen que adquieran un acabado u otro y es de vital importancia tratar de reproducir estas propiedades físicas de los objetos de la vida real en nuestro entorno 3D.
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